HOLA CARACOLA. AL HABLA LA ANTICOACH CERTIFICADA EN COACHING E INTELIGENCIA EMOCIONAL. ¡YA VES!
Mira.
Te cuento.
Me gustaría saber qué tal sentaría ser parte de La Tribu de los anticoach.
Ni tal mal suena. Porque lo que menos necesito ahora mismo son preguntas, y más preguntas, y más preguntas.
Más bien estoy deseosa de ideas, de apoyo, de abrazos sinceros, de risas escandalosas, de lágrimas de rabia y de que dejen de decirme lo que tengo que hacer.
Al menos así me lo hizo saber un cliente, en la última sesión que hablé con él.
Y yo también lo siento igual.
Ambos reflexionamos.
Sí!!!. Mis clienteamigos me ayudan a mí también y se lo agradezco infinito. Ellos lo saben. Se lo digo sin reparo alguno.
Eso. Pues que ambos reflexionamos sobre que ya aburre esa filosofía que predica el mundo, en el que todo es #japiflower, que todo saldrá bien solo con repetir una frase, y que sonreír todo el santo día es la solución.
O que, preguntándote constantemente hallarás las respuestas clave.
Que decepción. Porque eso es como hablar con un espejo. No responde por ti.
Por eso las pajas mentales son tan difíciles de deshacer. Porque hablar con nosotros mismos no es la solución mágica a los problemas reales.
Él quiere, y lo entiendo, compartir su dolor y saber que la gente está jodida como él. Y a la vez, quiere que le den ideas de cómo salir de la mierda esta del famoso cambio, flexibilidad y aceptación.
Sé bambú, dicen.
Pues ya me dirás cómo, me pregunta.
A veces, en lo más simple está lo más revelador.
Por ejemplo:
Un día cualquiera. Madrid vacío. Una reunión tediosa. Sin soluciones. Departamentos increíblemente enfadados entre sí. Horas y horas de saturación mental, de colapso nervioso por el exceso de café y bollería en vena. El dire me llama, casi tirándose de los pelos. Que no puede más. Que son todos unos ineptos. Que bla, bla, bla. Le pregunto que, en dónde está y me dice que en el hall del edificio. Conozco el lugar. Le mando salir al lateral y le ordeno que se descalce. Y escucho quejarse: “Pero, ¡Yolanda!”. ¡Hazlo, coño! Le digo. Y siento su mirada de mosqueo a través del teléfono. Y le pido que, mientras me cuenta con detalle la situación, camine por el césped. Me dice que acaba de pasar tal persona y le puso cara de “Tú estás fatal” pero que pasa ya. Está agotado. Sigue hablándome. Lo voy interrumpiendo sutilmente, mientras le pregunto qué tal la hierba. Me responde un poco molesto: “Está fría. Y mis pies mojados!». Seguimos hablando. A los 10 minutos aprox., me dice: “Yolanda, estamos todos muy cansados. Creo que va a ser mejor zanjar la reunión arriba y bajar aquí abajo, para intentar buscar soluciones mientras estamos descalzos, y nos da un poquito el fresco. Se me acaba de venir a la mente, que nos va a convenir llamar a la empresa “X” por si ellos pueden y bla, bla, bla.
Los puntos de anclaje son poderosos y reveladores.
Te ayudan a hacer diferente.
Te ayudan a dejar la vergüenza de lado. Y la cabezonería.
Porque, a veces, la mala ostia nos bloquea.
A veces, la decepción tambalea la confianza.
A veces, la mayoría, el exceso de preguntas nos hace sentir perdidos.
Y ojo. Que preguntarse está bien. Pero hacerse pajas mentales con las respuestas que nos damos a nosotros mismos, no.
Así que libérate de las formas de hacer que no te sirven.
Si te va mejor escribir, escribe.
Si te va mejor llamar, llama a quién confíes la escucha.
Si te va mejor grabar un audio con el problema y dejarlo ahí hasta dentro de un rato, hazlo.
Si te funciona mejor hacer lo contrario a lo habitual, adelante.
La cuestión está en no tomar como verdades absolutas lo que dice el mundo.
La cuestión está en adaptar a ti, a tu persona, lo que el mundo muestra, pero no a todos les vale.
Si quieres una sesiónvermú conmigo, yo feliz.
Si te quieres dar de baja y pasar de mi, feliz por ti.
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Te veo dentro!
Abrazote,
Yola